Cuando hace apenas unas semanas, queriendo hacer un artículo sobre los Reyes Magos, leí que el Papa Benedicto XVI cuestionaba la procedencia de los Reyes Magos, me quedé un poco sorprendido. Según el último libro escrito por el Papa Benedicto XVI sobre Jesús de Nazaret, «La infancia de Jesús», destaca que los Reyes Magos probablemente no venían de Oriente, como se ha creído tradicionalmente, sino de Tartessos, una zona que los historiadores ubican entre Huelva, Cádiz y Sevilla (Andalucía, España). Tenían que ser españoles, ¡hay que joderse! Tan conservadores que son en Roma, tantos esfuerzos que ponen por mantener las tradiciones y ahora nos salen con esto. Es indudable que
una buena forma de vender un libro es siempre crear polémica. Política de marketing podríamos decir. Pero si el eje central de la política del Vaticano es pregonar la palabra del Señor y mantener —sin cuestionar— las creencias religiosas, ¿no creeís que se están tirando piedras en su propio tejado?
Me basta con decir que las revelaciones del Papa Benedicto XVI convirtieron su último libro «La infancia de Jesús» en uno de los más vendidos de no ficción en Italia, España y Portugal en el año 2012.
Pero lejos de suscitar más controversia con lo de si los Reyes Magos existieron o mejor dicho existen o no —sin duda existen, no vayamos a joder a los niños—, los Reyes Magos siempre han sido una temática, a lo largo de los años, envuelta en polémica, creando todo tipo de teorías. La cuestión es, quiénes eran realmente y de dónde procedían estos enigmáticos personajes que, según la tradición, acudieron a Belén a adorar a Jesús.
Pocas son las certezas históricas en torno a los Reyes. Los evangelios apócrifos posteriores, la tradición y la leyenda convirtieron a los magos en tres, en reyes y, poco a poco, les hicieron simbolizar tanto las tres edades del hombre —juventud, madurez y vejez— como los tres continentes conocidos en la época —Europa, África y Asia—. La historia de los Reyes Magos, sin embargo, está plagada de muchos más enigmas que resultan difíciles de contestar, pero cuyas claves pueden rastrearse a través de los escritos y las representaciones artísticas del mundo occidental.
Los Reyes Magos de Oriente (o simplemente Reyes Magos) es el nombre por el que la tradición denomina a los visitantes que, tras el nacimiento de Jesús de Nazaret, habrían acudido desde países extranjeros para rendirle homenaje y entregarle unos regalos de gran riqueza.
La figura católica de los Reyes Magos tiene su origen en los relatos del nacimiento de Jesús, concretamente el Evangelio de Mateo que menciona a unos magos (aunque no especifica los nombres, el número ni el título de reyes) quienes, tras seguir una supuesta estrella, buscan al «rey de los judíos que ha nacido» en Jerusalén.
Los Evangelios no dice que fueran reyes, pero la tradición ha supuesto, con cierta lógica, que debían ser tales cuando llegan a Jerusalén preguntando por el Rey de los judíos y cuando, además, son recibidos por la máxima autoridad del lugar: el rey Herodes. Por otro lado, sus regalos son los propios de un rey. Tampoco dice S. Mateo cuántos eran, pero como fueron tres sus regalos —oro, incienso y mirra—, la tradición ha deducido que ese debía ser el número de los que se reunieron en Belén. Lo que sí mencionan las Escrituras es que eran magos, es decir, estudiosos de las estrellas; y precisamente de ese oficio se valdrá Dios para atraerlos —mediante una estrella— hasta el lugar exacto donde se encontraba Jesús.
«He aquí que unos magos de Oriente llegaron a Jerusalén diciendo: ¿Dónde está el recién nacido rey de los judíos?… Y he aquí que la estrella que habían visto en Oriente, iba delante de ellos, hasta posarse encima de donde estaba el niño. Al ver la estrella tuvieron un gozo indecible. Entraron en la casa y encontraron al niño con María su madre, e inclinándose le adoraron. Y abriendo sus tesoros, le ofrecieron oro, incienso y mirra.»
Mateo 2, 1-12
Tampoco se sabe con certeza su procedencia. Según otras tradiciones más antiguas, y más ricas en detalles, como el Evangelio del Pseudo Tomás, del siglo II, los Reyes Magos tenían algún tipo de vínculo familiar y llegaron acompañados de tres legiones de soldados: una de Persia, otra de Babilonia y otra de Asia. Según interpretaciones posteriores, los Magos fueron considerados originarios de Europa, Asia, y de África respectivamente.
Con respecto a los nombres de los reyes —Melchor, Gaspar y Baltasar— las primeras referencias parecen remontarse al siglo V a través de dos textos, el primero titulado “Excerpta latina bárbari”, en el que son llamados Melichior, Gathaspa y Bithisarea, y en otro evangelio apócrifo, el Evangelio armenio de la infancia, donde se les llama Balthazar, Melkon y Gaspard.
La imagen que en la actualidad se tiene de los Reyes Magos se iría perfilando con transformaciones posteriores. El ascenso de los magos a la categoría de reyes no aparece hasta el siglo II. Será Tertuliano quien afirme que los sacerdotes astrónomos pueden ser también identificados como reyes de sus países. La primera referencia al hecho de que los Reyes sean tres se ha encontrado en las catacumbas de Priscilla, en Roma. En esta necrópolis paleocristiana, excavada a partir del II a. C. aparecen las representaciones de tres figuras que desfilan ante la Virgen y el Niño Jesús.
Las diferentes caracterizaciones de los reyes son de aparición tardía. En un principio, las tres figuras presentaban rasgos similares y resulta difícil determinar el momento exacto en que uno de ellos se convirtió en un anciano con barba blanca y los otros dos en un hombre de pelo claro y uno de piel negra. De cualquier modo, a partir del siglo XV se encuentran en la iconografía estos tres perfiles ya claramente definidos.
Y por último, conforme a la estrella de Belén, en el año 1306 el pintor Giotto di Bondone introduciría probablemente, la imagen de la conocida estrella como una estrella fugaz. En realidad, lo que dibujó el artista italiano fue el cometa Halley, que aquel año fue visto en el cielo de Europa, causando una honda impresión que quedó patente en los escritos de todos los cronistas. Giotto, mientras la mayoría de sus contemporáneos interpretaron la aparición del astro como un mal augurio, decidió darle la vuelta a la superstición e introdujo la estrella como signo de noticia jubilosa en su cuadro «La adoración de los Reyes Magos».