Durante la Edad Media, las enfermedades se propagaban con mucha rapidez dado que no se contaba con los avances en el campo médico que tenemos en la sociedad actual. Pero de entre todas las epidemias que oscurecieron la Edad Media, fue la de la Peste Bubónica, conocida como “Peste Negra” la que entre 1348 y 1400 asoló a la población europea, pues se estima que alrededor de un tercio de la población de Europa murió desde el comienzo del brote a mitad del siglo XIV.
Para el cristiano medieval la muerte era la puerta hacia la vida eterna. Sin embargo, a partir del siglo XV la percepción que se tiene hacia la muerte cambia y se convierte en una angustiosa obsesión porque el hombre va descubriendo nuevos motivos del goce de la vida y la muerte es horrorosa. Fue tal su obsesión y llegó hasta tal punto, que aparecieron unas nuevas representaciones artísticas, las llamadas “Danzas de la Muerte”.
Las Danzas de la Muerte son manifestaciones artísticas protagonizadas por la Muerte como personaje central, que suele ser representada como un esqueleto, que inicia una danza arrastrando a diversos personajes que encarnan las diferentes clases sociales.
Y os preguntareis, ¿Cuál fue su origen? Pues bien, en la actualidad aún es uno de los problemas a resolver. Hay quienes defienden la primacía de los textos germánicos sobre los franceses y latinos. La mayoría de los investigadores consideran que las danzas se gestaron en Alemania (refiriéndonos, en este caso, a los orígenes literarios, pues se cree que la primera danza gráfica fue la del Cementerio de los Inocentes en París, hoy desaparecida), ya que de allí proviene la creencia de que en los cementerios los muertos salían de sus tumbas para realizar danzas y festejos nocturmos.
A finales del siglo XIV las iglesias —primero las francesas y luego las del resto de Europa— habían empezado a decorar sus paredes con cuadros en los que se veía a la muerte —representada por uno o varios esqueletos— bailando con damas, con mercaderes, con clérigos y hasta con el mismísimo Papa.
Pero no solo había danzas pintadas en las paredes de las iglesias. También había danzas literarias, textos escritos en verso en los que la muerte conversaba brevemente con un representante de cada estamento social, antes de obligarlo a que participara en su macabro baile.
En castellano solo conocemos una de esta danzas literarias con el título “Danza general de la muerte“, inspirada en un modelo francés. Está copiada —no sabemos por quién— junto a otras obras en un manuscrito que se conserva en la Biblioteca del Monasterio del Escorial. Aunque en opinión de la mayoría de los investigadores el valor literario de la versión española está muy por encima de los diversos textos europeos, en lo que no hay unanimidad es acerca de su carácter teatral. Lo que sí Parece seguro es que las versiones europeas fueron danzadas y representadas, al menos en alguna ocasión.
Con todo su influencia se deja notar en obras de otros autores españoles posteriores como en la Trilogía de las Barcas, de Gil Vicente, en el Diálogo de Mercurio y Carón, de Alfonso de Valdés, o en la segunda parte del Quijote de Cervantes.
Que un autor como Cervantes haga referencia a estas danzas en su obra es un hecho que no se nos puede pasar inadvertido. En su capítulo XI aparece un grupo de actores que van de pueblo en pueblo representando estas danzas. Y curiosamente cada actor iba disfrazado de un personaje de la sociedad de aquella época y también aparece el personaje de la Muerte. Que Cervantes decidiese colocar este suceso en su obra, demuestra que este tipo de representaciones eran algo muy común en aquella época y que aún se llevaban a cabo las representaciones teatrales de estas danzas.
Verges es la única población que conserva viva una tipología de Danza de la Muerte, con reminiscencia de ritos ancestrales de culto a los difuntos. Este tipo de danza macabra está muy asociada a las epidemias de peste negra que asolaron Europa entre los siglos XIV y XVII.
En esta danza, cinco esqueletos saltan al sonido de un tambor, colocados en forma de cruz y con un séquito de cinco personajes más, los cuales, con antorchas, iluminan el cuadro y aportan el aire tétrico que da sentido al cuadro. El cuerpo principal de la Danza de la Muerte está formado por dos adultos (la Guadaña y la Bandera) y tres niños (dos Platillos, que llevan un plato con ceniza, y el Reloj, que señala un reloj sin brocas).
La Muerte nos avisa que no perdona a nadie (con la bandera), nos cobra la vida (con la guadaña) y nos recuerda que a cualquier hora (reloj sin brocas) acabaremos convirtiéndonos en ceniza (platillos).
La pieza clave de la danza son estos cinco esqueletos que bailan. El primero de ellos lleva una guadaña en la que puede leerse “Nemini parco” cuyo significado es “no respeto a nadie”.
El segundo danzante ocupa el centro y lleva una bandera negra con una calavera alrededor de la cual leemos “Lo temp es breu”, clara alusión a que la vida o el tiempo de vida es corto.
De los otros tres danzantes, uno lleva un reloj que hace referencia al paso del tiempo y que a todos tarde o temprano nos llega la hora; y los otros dos llevan sendos platos con ceniza que simboliza aquello en lo que nos convertiremos todos y que guarda deudas con la famosa frase “Recuerda que polvo eres y en polvo te convertirás”.
Los tambores que acompañan la danza se limitan a reproducir unos sonidos monótonos y repetitivos, similares al que podría producir un reloj, recordándonos, también con su música, que el tiempo pasa veloz y nada puede detenerlo y que la Muerte puede aparecer en cualquier momento, cuando uno menos lo espera.
La Danza de la Muerte indica el paso del tiempo, el paso inexorable de un tiempo que lleva todos los hombres (ricos o pobres, nobles o campesinos) a la muerte; una muerte en la que la peste, las guerras y la mortalidad infantil ayudaron a adquirir una personalidad real entre los habitantes europeos de aquel período, que casi sentían como respiraba a su lado.