Antes de la aparición del automóvil los desplazamientos se hacían andando o a lomos de caballería, preferiblemente burros y mulos. Si dificultosa era la acción de desplazarse de un lugar a otro, imaginaros la ardua tarea del transporte de mercancías de un emplazamiento a otro. A esto se dedicaban los llamados Arrieros o Traginers (en Cataluña), los “transportistas” de antaño, un oficio que ha desaparecido en la actualidad.
En el diccionario de la lengua catalana «Traginer» viene de la palabra «Traginar», que significa llevar de un lugar a otro algo, ya sea sobre el cuello o la espalda, ya sea sobre una bestia de carga o bien con algún vehículo. Por lo tanto, un Traginer es una persona que trabaja transportando mercancías, usando bestias de carga como el caballo, el burro, la mula o el buey.
Durante muchos siglos, los arrieros fueron fundamentales para la economía de muchos pueblos y ciudades. Las llamadas bestias de carga constituyeron uno de los pilares fundamentales de la vida cotidiana hasta la generalización de los vehículos a motor. Sin embargo, hace apenas unas décadas, desaparecieron por completo.
En la población barcelonesa de Igualada se encuentra el Museo del Traginer, donde se exponen más de 5.000 piezas (carros, carruajes, sillas, adornos, herramientas y otros utensilios de este oficio). En la actualidad el museo pasa por una situación económica delicada y por este motivo suspensión propietarios han iniciada una campaña para darlo a conocer y buscar fondos para que no pretenda que cerrar.
Los Arrieros. Motor económico de la Cataluña del s.XVIII
En los países catalanes han existido múltiples gremios de arrieros. En Barcelona en 1459 les fueron concedidas ordenanzas conjuntas con los agricultores y hortelanos. Hubo gremios de arrieros en Valencia, y el siglo XIV en Mallorca y en Manresa. En Mataró se desarrolló un gremio de arrieros y carreteros en el siglo XVIII. En Berga los arrieros eran incluidos dentro de la cofradía de San Eloy, con herreros y carpinteros. También hubo un gremio de arrieros en Vic y Alicante.
La manufactura tradicional catalana experimentó un importante auge a lo largo del siglo XVIII y sus artículos se destinaron tanto al abastecimiento de la clientela regional, como al aprovisionamiento de 1os mercados colonial y español. El grueso de las extracciones hacia el interior de la Monarquía lo
formaban los textiles (paños de lana, tejidos de seda, encajes, etc.) y otros productos como el papel o los clavos, elaborados por artesanos especializados, o bien en obradores domésticos como complemento a la actividad agrícola.
Esta dinamización del sector secundario catalán favoreció no solo el aumento de la oferta de bienes manufacturados, forzando su extracción hacia nuevos mercados, sino también el de la demanda de materias primas y de alimentos, y muy especialmente lana y cereales, a los grandes centros agropecuarios del interior de la Península. Esta coyuntura tan favorable dio origen al desarrollo de un grupo cada vez más numeroso de arrieros y negociantes dedicados al tráfico y al comercio entre los ámbitos catalán y español.
Aunque las participaciones fueron de origen muy diverso, merecen resaltarse los casos de tres localidades que hicieron de esta actividad una verdadera especialidad: se trata de Tortellà, Calaf y Copons. Aunque según una investigación actual, los motivos son bastante imprecisos. Por una parte, una cierta tradición de intercambios con Aragón y Castilla del territorio en que se insertan Calaf y Copons. Por otra, la proximidad de ambas al camino real que unía Barcelona con el interior de España. Y, por último, la existencia de algunos núcleos artesanales dentro de la propia comarca (Igualada y Capellades, sobre todo), capaces de proporcionar ciertos retornos, como tejidos de lana y papel, a los transportistas empleados en la traída de alimentos y materias primas. Debe precisarse, por lo demás, que, aunque muy acentuada en el siglo XVIII, la vocación arriera y comercial que estarnos considerando tenía sus orígenes en la centuria anterior.
Hoy en día, en Cataluña, únicamente participan en las fiestas en honor de San Antonio Abad, patrón de los arrieros. Esta tradición se ha extendido tanto, año tras año en toda Cataluña, que incluso existe una federación, la Federación Catalana de los “Tres Tombs”.
Els Tres Tombs
“Arrieros somos y en el camino nos encontraremos”, reza un dicho popular sobre este oficio perdido”.
El gremio de los arrieros, así como todos aquellos agricultores que utilizaban animales de carga en su trabajo, eligieron a San Antonio Abad como patrón y protector. El día de su festividad, el 17 de enero, muchos llevaban sus animales de trabajo (caballos, asnos, bueyes y mulas) a bendecir después de la misa en honor al santo. Los arrieros engalanaban sus carruajes y desfilaban en procesión. Con los años la fiesta de San Antonio Abad y la cabalgata de los arrieros sigue siendo una celebración muy importante en muchos lugares.
En Cataluña, la fiesta del patrón de los animales de compañía es conocida con el nombre de Tres Tombs. Ese día, todos aquellos que tienen ganado de tiro o montura, engalanan artísticamente sus carruajes tirados por majestuosas caballerías y los pasean por las céntricas calles de la población, dando tres vueltas o pasadas alrededor del santo, la iglesia o la hoguera, con el objetivo de ser bendecidos. Las pasadas de los arrieros se efectúan de forma ordenada y ceremoniosa y se han convertido, con los años, una auténtico museo al aire libre del viejo oficio.
De entre las fiestas de los Tres Tombs más importantes de Cataluña destacan las que se hacen en Vilanova y la Geltrú, Valls, Igualada, Balsareny y Falset (conocida con el nombre de Encamisada).
Entre las principales novedades de la fiesta de los arrieros cabe destacar que ya no sólo se celebra el día 17 de enero, sino que se pueden ver los desfiles de los Tres Tombs de enero a junio, y que los participantes en muchos casos ya no se dedican al arte de «traginar», si no que desfilan sencillamente para recordar el viejo oficio.