Cualquier que se considere un amante de la historia del arte no puede perderse si va de vacaciones a Italia, visitar Roma, Pompeya y Herculano. La primera por su magnificiencia y esplendor, una ciudad nacida para el arte, y las dos últimas por su singularidad. Pompeya y Herculano hoy constituyen dos testimonios históricos sin igual de lo que fue la vida en la época romana, donde a diferencia de otros tantos sitios arqueológicos, podemos ver el aspecto físico de una ciudad, su urbanística, su arquitectura y su arte.
Caminar por las calles de Pompeya y Herculano es sumergirse en el tiempo, retroceder más de 2.000 años, para sentirse como los romanos de antaño. Herculano es pequeño, se puede ver en media mañana y no se llena de muchos visitantes. Se puede andar por las calles con tranquilidad, su encanto reside en eso, pero demasiado pequeño. Aunque nada comparable con los restos de otras ciudades romanas como Empúries o Itálica, de las cuales no hay más que los cimientos.
Pero luego llegamos a Pompeya, y no hay comparación. No hay palabras para describirlo. Si cuando llegas a Herculano se te escapa un ¡oh, qué bonito, madre mía!, cuando entras en Pompeya se covierte en ¡oh, espectacular, impresionante! Para ver la ciudad en su totalidad necesitas como mínimo dos días. Tiene unas dimensiones grandiosas, diría que casi 3 km², numerosas calles en las que dejarse perder, viendo y entrando en sus casas. La pena esta 2012 comenzaron unas obras de restauración en Pompeya, muchas casas se estaban deteriorando mucho, y la mayoría de casas importantes están cerradas al público. No por ello, es un viaje a tener en cuenta en los próximos años, cuando estén restauradas.
Un poco de historia
El 13 de octubre de 1738, el ingeniero militar zaragozano Roque Joaquín de Alcubierre obtuvo el permiso de Carlos VII de Nápoles, futuro Carlos III de España, para excavar en las inmediaciones de la mencionada ciudad italiana con un único objetivo: encontrar objetos romanos que engrosaran la colección de tesoros antiguos del monarca. Alcubierre no se limitó a encontrar cuatro monedas y otras tantas vasijas: descubrió las ciudades de Pompeya y Herculano, situadas en torno al monte Vesubio, en la bahía de Nápoles.
Pompeya y Herculano: 1.933 años de la ‘mejor’ tragedia para la Arqueología. La capa de cenizas emanada por el Vesubio durante su erupción actuó como un sello hermético sobre ambas ciudades.
El volcán entró en erupción en el mediodía del 24 de agosto del año 79 d.C., prorrogándose esta entre 18 y 20 horas. La columna de gases y piedra llegó a medir 33 kilómetros, pero cuando esta alcanzó la altura máxima, se derrumbó y dispersó los gases en un radio de 20 kilómetros a la redonda; a la vez, se produjo una lluvia de piedra pómez. “Solo se oían los gemidos de las mujeres, el llanto de los niños, el clamor de los hombres. Unos llamaban a sus padres, otros a sus hijos, otros a sus esposas. Muchos clamaban a los dioses, pero la mayoría estaban convencidos de que ya no había dioses y esa noche era la última del mundo”, escribía el escritor romano Plinio el Joven al historiador Tácito, en las cartas donde también relataba la muerte de su tío, el oficial Plinio el Viejo, que murió en las labores de evacuación de las ciudades.
La erupción se manifestó de dos maneras: Herculano fue cubierta por una especie de fango compuesto por cenizas y lava. En Pompeya, el fenómeno se manifestó, primeramente, como una fina lluvia de cenizas casi imperceptible, seguida de una caída de lapilli –pequeñas piedras volcánicas- y de piedras pómez de varios kilos de peso. A la vez, la urbe quedó envuelta por nubes de azufre.
¿Cuántas personas murieron? Se estima que en Pompeya vivían entre 10.000 y 20.000 personas, mientras que Herculano contaba con unos 5.000 habitantes. En la primera ciudad fueron recuperados en torno a 1.150 restos de cuerpos, mientras que en la segunda fueron hallados 350. Según un estudio de los investigadores Giuseppe Mastrolorenzo y Lucia Pappalardo, del Observatorio Vesubiano, y de los biólogos Pierpaolo Petrone y Fabio Guarino, de la Universidad Federico II de Nápoles, “las víctimas no sufrieron una larga agonía por asfixia, sino que perdieron la vida al instante por exposición a altas temperaturas, de entre 300 y 600ºC”. Además, muchos murieron por el desprendimiento de los techos de sus viviendas, incapaces de soportar el peso de las cenizas.
La capa de cenizas emanada por el Vesubio actuó como un sello hermético sobre los restos de ambas ciudades. Así, se pudieron conservar calles, objetos, templos, teatros, termas, viviendas o patios.
De Pompeya han sobrevivido el foro principal y algunos edificios públicos, como el Capitolium (templo dedicado a la tríada de Júpiter, Juno y Minerva), la Basílica (o sea, el tribunal) y los baños públicos, incluido el foro triangular, con dos teatros. El mayor de ellos es de origen griego, remodelado, en cambio, según el gusto romano. Entre los edificios públicos a destacar están las Termas Estabianas bien conservadas.
En realidad Pompeya, que era el lugar de vacaciones de los romanos ricos por su clima saludable y su ameno paisaje, es famosa por una serie de edificios civiles, dispuestos a lo largo de calles bien conservadas. La Casa de los Vetti, una de las más lujosas, así como la Casa del Cirujano, la Casa del Fauno y de los Castos Amantes que son ejemplos excepcionales de la arquitectura de la época. Entre éstas hay que destacar la Villa de los Misterios que toma el nombre de las notables pinturas murales que representan los ritos de iniciación (“los misterios”, precisamente) del culto a Dionisio.
Una característica particular de Pompeya es la riqueza de los graffiti en las paredes de todos los edificios. En el momento de la erupción estaban teniendo lugar las elecciones y en los muros se encontraban frases e ideogramas de carácter político y sexual.
El foro de Pompeya constaba de un área libre de 145 metros de longitud por 38 metros de altura. En este lugar, al que se accedía a través de una puerta de bronce, se exponían tablillas en las que la gente hacia publicidad o expresaba sus quejas.
El segundo edificio más importante de la ciudad era la Basílica, sede de la administración de justicia. También destacan los templos -el de Júpiter, el de Apolo, el de los Lares y el de Vespasiano-, el anfiteatro –en el que cabían 20.000 espectadores-, el Macellum –un mercado-, el lupanar y el edificio de Eumaquía, que albergaba al gremio de tintoreros y lavanderos.
De Herculano, que la leyenda presenta como fundada por Hércules, se sabe menos a causa de la profundidad a la cual fue sepultada, si bien sus edificios se conservan en mejores condiciones. Los Baños, el Colegio de los Sacerdotes de Augusto y un teatro se conservan casi intactos. Así como la Casa del Bicentenario y la Casa de los Ciervos, con sus amplios patios y una rica decoración. Herculano era una rica ciudad comercial y en sus almacenes han sobrevivido a la destrucción los cántaros y las tinajas en las que se transportaban los alimentos.
Declaradas Patrimonio de la Humanidad en 1997.