Si por Carnaval quereís ir a ver una fiesta curiosa de lo más salvaje, debeís ir a ver ésta, sin ninguna duda. Hacía años que quería ir, pero me quedaba un poco lejos, pues, hay que cruzar a Francia hasta Prats de Molló, muy cerca de la frontera, perdiéndose en sus caminos de montaña. Cuentan sus habitantes que, hasta el siglo XIX, muchos de sus antepasados creían que el hombre provenía del oso. «El oso hiberna, y su despertar anuncia la primavera, la fertilidad y, en definitiva, la venida del ser humano». Y este es el sentido de algunas fiestas de invierno, muy antiguas, que todavía se recuerdan en algunas poblaciones de Europa.
Dice la leyenda que, hace mucho tiempo un oso raptó una chica de Prats de Molló y la recluyó durante nueve días en una cueva de la montaña ofreciéndole todo lo que cazaba y recolectaba, e intentando seducir con conductas lascivas, y ella lo rechazó hasta que consiguió huir y volver a casa. Cuando el oso volvió a la cueva y vio que la hermosa doncella se había escapado, aulló con tanta rabia que los gritos retumbaron por todos los valles de los Pirineos.
Coincidiendo con el Carnaval y para conmemorar la leyenda, en las poblaciones de Prats de Molló, Arles, San Lorenzo de Cerdans y el Vallespir, se celebra anualmente y con variantes, según la población, la Fiesta del Oso.
En Prats de Molló, a partir de las 2 de la tarde, tres hombres disfrazados de oso bajan del castillo al centro del pueblo, perseguidos por un grupo de cazadores, sembrando el terror entre el público asistente.
El hombre-oso tiene la cara y los brazos negros, cubiertos de una mezcla de hollín y aceite, va vestido con piel de cordero y lleva un largo palo negro entre las manos. La fiesta es muy bestia. Los hombres-osos van emitiendo unos gritos salvajes que hacen correr la gente delante, y a cada paso se enfrenta a algún espectador en un breve simulacro de lucha, para acabar rodando por el suelo con la cara y muchas veces la ropa pintadas de negro. Joan Amades apuntaba que, cuando más untados van los protagonistas, más bien representan el papel de oso.
Los hombres-osos recorren las calles del pueblo enmascarando de negro —hollín y aceite— a todo aquel que pillan, algún que otro despistado, pero sobre todo a las chicas, mientras un grupo de cazadores disparan sus trabucos al aire. Tradicionalmente se convierte en una ofensa para las mujeres volver a casa con la cara limpia el día de la fiesta del oso.
La fiesta termina cuando unos hombres vestidos de blanco con las caras untadas de harina —los barberos— persiguen y capturan a los osos, encadenándolos y llevándolos a la plaza. Una vez allí se disponen a afeitarlos o pelarlos, arrancándoles la piel de cordero, para así devolverlos a la condición humana.
Podréis imaginar que no se salva ni dios de irse pintado con la cara negra. Ni yo mismo, por mucha cámara e intentos de escabullirme de los hombres-osos. ¡Al final siempre te atrapan! Sólo una cosa me quedó clara y es que tendré que volver otro día para repetir esta fiesta y conocer mejor su tradición, y quien sabe, quizás vivirla como un mero espectacdor.